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Lo que la vida te quita, Dios te lo repone y te da más

 


Me sentía herida, me sentía abatida, triste y sola, incomprendida y abandonada por el destino y los seres que para mí eran queridos, estaba tan absorta en mi tristeza, en mi berrinche reclamándole al cielo y preguntándole ¿Por qué a mí, si yo era tan buena?, pero mis palabras estaban llenas de sentimiento y vacías de razón, sabía en el fondo que la mayoría de lo que poseía había sido un regalo, porque fueron pocas las cosas por las que me toco luchar para obtenerlas, había sido poco por lo que realmente me había esforzado, pero aun así sentía mías todas esas cosas que hacían linda mi vida, creía que de alguna forma me las merecía por haber sido buena persona con los demás, ¿pero en realidad podía considerarme una buena persona?, quizás me había convencido también de esa mentira…

Pocas veces nos ponemos a reflexionar sobre lo afortunados que somos de tener aquellas personas en nuestras vidas que nos ayudan sin dudar, aquellos que llegan y nos tienden la mano, aquellos que arrebatan la soledad de nuestras vidas, y quizás durante un corto periodo de tiempo somos capaces de ser agradecidos por las bendiciones que han sido derramadas en nuestras vidas, pero rápidamente comenzamos a dar por hecho aquellas personas y cosas que tenemos como si fueran en realidad algo que nos hubiéramos ganado, y muchas veces incluso les terminamos descuidando, nos concentramos tanto en lo que creemos que nos falta que olvidamos cuidar aquello que le da la luz a nuestra existencia y entonces pasa lo inevitable: aquellas personas que hemos descuidado, aquellas pertenencias que dejamos de lado, se pierden por nuestra culpa, y no es hasta sentir su ausencia que recordamos lo importantes que eran para nosotros.

Entonces pasa que nos molestamos y nos sentimos ultrajados, comenzamos a lanzar berridos de tristeza y llanto, reclamando al mundo, a la vida, a Dios, y los que partieron de nuestro lado, como si tuviéramos derecho a reclamar algo siquiera, cuando en el fondo de nuestros corazones sabemos bien que fuimos nosotros los causantes de esa perdida, que fuimos unos malagradecidos, unos ingratos que no supimos valorar todo lo que teníamos, y una vez perdido ya es demasiado tarde, solo nos queda lamentarnos por nuestra “desdicha”.

Pero aquí no ha pasado nada más que el reclamo de las acciones que nosotros mismos hicimos, somos víctimas de nuestros propios actos de descuido, y aun así, a pesar de todo Dios es tan grande y misericordioso que no nos abandona, y si somos capaces de ser humildes y entender que nada es nuestro por derecho, entonces nos regresa aquello que perdimos o algo incluso mejor, no porque lo merecemos, no porque nos lo hemos ganado, lo hace solo porque nos ama, a pesar de ser todos unos hijos ingratos, a pesar de que sabe que es probable que volvamos a cometer de nuevo el mismo error, nos ama tanto que le duele vernos tristes a pesar de que seamos nosotros mismos la causa de nuestra amargura y nuestra mala fortuna.

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